Quisiera decir algunas cosas acerca de la colección Sobreescritos, en la cual ha visto la luz Borges como oxímoron, el libro de mi buen amigo Federico Nogara, hace apenas unas semanas. Creo que debo hacerlo así: esta colección es una criatura apenas recién nacida, y viene de lugar tan distante del territorio nacional, que necesita aún ayuda para andar sola por estos mundos de Dios. Sobreescritos -pueden comprobarlo ustedes- quiere ser una aportación singular para el ensayo y la prosa crítica en lengua española, pues en ese ámbito busca sitio con la pretensión de dejar en evidencia tanto la habitual forma revesada y académica del primero como la simpleza y vulgaridad de la segunda, limitada a reseñas prescindibles, con fórmulas expresivas repetidas hasta la saciedad, y que son por ello intercambiables: da igual de qué autor o de qué libro se hable…
Si nos detenemos en la apariencia de nuestra colección, me parecen notables -y no hay que encarecerlas- su sobriedad y su exigencia, a las cuales responden -creo que sobradamente- los contenidos de estos siete volúmenes publicados hasta el momento, en los dos años de vida que acaba de cumplir. Son breves ensayos o artículos largos, nacidos de la lectura de determinados autores y obras literarias muy concretos. La idea fue de Eugenio Padorno, un poeta nacido, por circunstancias familiares, en la Barceloneta de 1942 y residente desde muy niño en Las Palmas de Gran Canaria; poeta a quien, desde aquí, quisiera recomendar con mucho énfasis a todos ustedes: es la suya una voz sin la cual considero incompleta la poesía española del último medio siglo. La idea de Padorno fue muy bien interpretada, desde el principio, por el diseñador Sergio Hernández Peña y hecha realidad por Mercurio Ediciones, dirigidas con mucho entusiasmo y mejor tino por Jorge Liria, que hoy ha querido acompañarnos también.
Sobreescritos -debo decirlo en primer lugar- no tiene ambiciones de mercado. Su objetivo primero es mostrar aquellos aspectos menos habituales de la literatura, las diferentes propuestas hechas por autores que no buscan, ni han buscado, eso que hoy llaman visibilidad tantos snobs como proliferan en la corrección que nos atenaza, y que tenemos la obligación de denunciar con toda contundencia. Entre otras cosas (y no es la menor, por cierto) porque nos esta despojando del lenguaje, que es como decir de lo que somos. Propuestas, las de Sobreescritos, que parten, a su vez, de planteamientos que, si no inéditos, sí desean mostrar facetas o aspectos menos tratados en el ámbito en que cada uno de esos autores se mueve, o de la época que les tocó en suerte vivir. Una lectura, por ejemplo, de la poesía del propio Eugenio Padorno, debida al profesor Domingo Fernández Agis; una aproximación a la poesía de Antonio Gamoneda por un lector de excepción, el poeta zamorano Tomás Sánchez Santiago; el profesor Nilo Palenzuela se llega hasta algunos escritores ecuatorianos y nos los trae hasta nosotros, tras su estancia en aquel país donde mantuvo contacto personal y literario con ellos. El periodista cultural Antonio Puente indaga en algunos aspectos de la poesía de Domingo Rivero (1852-1929), poeta raro y excepcional en la primera modernidad española.
Mi contribución a Sobreescritos, en fin, se contiene en esos fragmentos que dedico al poeta Claudio Rodríguez -lectura que tardó mucho en llegar, pues necesité de la distancia y madurez suficientes para ver el verdadero qué de su obra; porque éste no es lo que, en la rutinaria critica acerca del grupo poético español de los 50, se suele decir. Y, en un segundo volumen, intento explicar la sorprendente relación que existe entre la obra del escritor grancanario Alonso Quesada (1886-1925) y la de la neozelandesa Katherine Mansfield (1888-1923). Estrictos coetáneos y claves -el uno y la otra- en la superación del costumbrismo y del realismo de comienzos del siglo XX, en la literatura española y en la literatura inglesa, respectivamente.
De este sagaz ensayo de Federico Nogara, Borges como oxímoron, que tuve la oportunidad de llevar al grupo de lectura de Sobreescritos, y que allí aceptaron inmediatamente, me ha dicho su autor que quiere decir, él mismo, algunas cosas sobre la razón e intención que lo movieron a escribirlo. Acerca de lo que él nos diga a continuación podríamos entrar en conversación, si así lo estiman oportuno. Federico Nogara es un escritor que, lo mismo en la revista Malabia, que capitanea con tanto acierto, o en los diversos libros que hasta hoy lleva publicados, nos ha dado sobradas muestras de su agudeza en el pensar y de su soltura al escribir. Bueno, ya le estoy quitando más minutos de los debidos: lo dejo con todos ustedes. No sin antes agradecerles el detalle de acompañarnos en tan lluviosa tarde y la atención que me han dedicado, cuando no dejo de ser uno más de los reunidos aquí esta tarde interesados en saber qué nos quiere decir Federico Nogara de esta obra suya.
Jorge Rodríguez Padrón – Catedrático de Literatura. Doctor en Filología Románica. Periodista. Profesor universitario.