Publicado en la revista Surtopías
Cuentan que allá por la década de los cincuenta, Paseando por París, García Márquez reconoció a Hemingway y le gritó «maestro». Por esos años, el escritor colombiano era un desconocido y el estadounidense arrastraba los problemas que lo llevarían al suicidio en 1961. La anécdota, quizás apócrifa, pasó desapercibida para la prensa de la época, pero años después, en pleno boom de la literatura latinoamericana, aparecería en ella como un hecho curioso. ¿Cómo podía un escritor llamar de esa manera a otro con quien no tenía nada en común?
Hoy, a la distancia y con otra perspectiva, podemos (y debemos) hacer luz sobre el asunto. Hemingway, a nivel del lector general, e incluso en ciertos círculos «intelectuales», ha sido tomado bastante a la ligera, como un escritor superficial, machista y mujeriego, demasiado centrado en el desborde físico, el alcohol y las fiestas. Poca gente ha leído su obra con atención, como seguro lo hiciera Márquez. Sus cuentos, entre los que destaco The Killers (mal traducido como Los asesinos, cuando quiere decir Los que matan) y Un lugar limpio y bien iluminado, entran dentro de las obras maestras del género (The killers es considerado el inicio de la Novela Negra). Sus novelas, entre las que citamos The sun also rises, traducida y difundida como Fiesta, El viejo y el mar y la primera parte de Islands in the stream, entran también en esa categoría.
«En Fiesta, el personaje central, Jack Barnes, un noerteamericano, y Brett, una inglesa, no pueden consumar su amor porque él ha quedado impotente a raíz de una herida de guerra. Debido a ello, e inmersos en el ambiente de fondo religioso, de toros y bebida de la fiesta de Pamplona, ambos se ven confrontados al vacío de sus vidas, del que los había salvado anteriormente el ambiente de sus compatriotas expatriados en París. Se sostienen con una actitud heroica ante lo intolerable, que es el último lugar de salvación de los héroes del autor» (1).
El viejo y el mar nos cuenta la lucha de un viejo pescador, en Cuba, por llevar a tierra, en lucha contra los tiburones y su propia debilidad, a un gran pez espada en su pequeña barca. La dignidad del individuo ante las circunstancias adversas, el deseo de seguir siendo útil pese a la edad, el enfrentamiento desigual contra los elementos, temas recurrentes del autor, se encuentran en esta hermosa novela corta. En Islas en el golfo, su protagonista, un héroe roto y vencido, enfrentado a la muerte de sus hijos, se va hundiendo en la desesperación y el alcohol, de los que sólo lo salvará la aventura final.
«Hemingway es un nihilista, que ante la vaciedad de la vida moderna, que él simboliza en la guerra «actual», una pesadilla de oscuridad, sangre, confusión y traición, todavía sostiene el ideal de una vida decente. Un hombre puede sostenerse en lo efímero de los placeres físicos, tales como el sexo, el alcohol, el deporte y la aventura; puede adquirir habilidades que lo hagan preciso y controlado, debe poseer una resistencia estoica ante su desgracia y puede, incluso, encontrar consuelo en la religión. Pero cuando eso falla, debe preferir la vaciedad de la muerte a la vaciedad de la vida, Ningún otro escritor ha expresado tan efectivamente la tensión entre los extremos placeres y el horror de estar vivo» (2).
Al recibir el premio Nobel por aquella misma época, William Faulkner glosó en su discurso los que él consideraba valores fundamentales del ser humano: coraje, honor, esperanza, orgullo, compasión, piedad y sacrificio No parece extraño que Faulkner haya sido, a ojos de Hemingway, quien no se cansó de repetirlo, el mejor escritor norteamericano y un espejo donde mirarse. Pese a que podamos considerarlo uno de los escritores «reaccionarios» del siglo XX, «Faulkner construyó un mito sobre los valores perdidos y el horror al dinero. Los valores vencidos del Sur, la óptica «arcaica» y aristocrática, son el fundamento de una crítica violentísima a la moral pragmática del capitalismo. Muchos de los elementos arcaizantes de la novela «latinoamericana» (centralmente García Márquez) heredaron de Faulkner esa perspectiva» (3).
En El coronel no tiene quien le escriba; Márquez nos cuenta la historia de un viejo coronel que espera una pensión imposible mientras sueña con pasados tiempos mejores, tiempos de valores similares a los defendidos por los personajes de Faulkner.
Al fin y al cabo, el escritor colombiano no estaba tan equivocado al llamar «maestro» a Hemingway. En 1974, el conocido crítico Ángel Rama escribió el prólogo de «vagamundo». En el mismo decía sobre su autor: «escritor refinado, de delicada sensibilidad, por momentos un esteta, formado en la lectura de la literatura norteamericana contemporánea (Mc Cullers, Updike, Salinger, Hemingway…» Se trataba de Eduardo Galeano. ¿Qué hubiera hecho él de encontrarse con Hemingway en París?