Ciudad

Nº de páginas: 85
Editorial: SIRPUS
ISBN: 9788496483637
Año de edición: 2008

 

Ciudad lleva el nombre del primer título de los diez cuentos cortos que presenta Federico Nogara. Es un autor que toma las historias y las congela. Todo está hecho a trozos, nunca se sabe la historia completa. No le interesa sacar conclusiones. Siembra la duda y trata de mostrar mecanismos para que el lector de sus cuentos abra y se plantee ideas. Le gusta buscar estilos diferentes, investigar en la literatura. En Ciudad seres anónimos pasan cada día, sin darse cuenta, al lado de asesinos, de prostitutas, de poetas y profetas en ese conglomerado donde cientos de miles de personas luchan de forma denodada por ganarse la vida. En la ciudad, en ese enorme mapa que es la ciudad, todos los habitantes buscan algo y al final, en esa búsqueda, terminan pareciéndose. Pero esos seres anónimos adquieren una identidad cuando dejan las calles y entran en su pequeño micromundo. Allí, en su ambiente, con los suyos, salen del anonimato, tienen una historia, son reconocibles.

Ciudad, el relato que abre este nuevo libro y da título al conjunto, anticipa en sus historias cruzadas, en su galería de sucesos fragmentados, la intensa fragmentación del tiempo actual, que luego se verá individualizada, enfocada, desmenuzada en los textos siguientes.

Con un lenguaje derivado del periodismo y algunos tintes herederos de la novela negra (que aparecerán, con mayor o menor trazo, en todo el volumen), el narrador, un ser anónimo que puede estar paseando por cualquier ciudad del mundo desarrollado, expone su visión desnuda, precisa e implacable de lo que está ocurriendo alrededor.

No hay reflexión en voz alta, sólo el transcurrir de una crónica donde el lector toma conciencia de los desencuentros de fondo, del desgaste inexorable, de ese espacio urbano en el cual, como señala uno de los personajes, predomina vacío por aquí, nada por allá.

Este primer relato destierra por completo cualquier expectativa ecológica, rural, naturalista o como quiera soñarse; el lector queda instalado en la ciudad, en sus reglas, en las extrañas distancias que amarran al ciudadano a ese mapa que une baldosas y muros, ilusiones y soledad.

El autor utiliza la primera persona del singular en el segundo relato, La pasión según Bermúdez, un protagonista que en algún momento le pregunta a un dios funcionario jugador: ¿Para qué nos despiertas en medio de la eternidad y nos regalas una cantidad de años carentes de explicación lógica en los que todo termina mal? Surge el pensamiento cuestionador en boca de los personajes. Cualquiera de ellos podría afirmar con Bermúdez: mi existencia es la misma de millones de hombres sin importancia viviendo en las orillas.

Esta personalización del discurso no excluye la fuerte impresión de anonimato, sino que la potencia como uno de los comunes denominadores de las historias de Nogara. Los personajes y el lector participan de una sociedad anónima atrapada en la ciudad, viviendo adentro de aquellas orillas.

Las dos piezas siguientes, Los restos de la ciudad y La casa asesinada, inciden en la caída del hombre corriente bajo la maquinaria del destino urbano. En la primera crónica se intercalan frases y símbolos reconocibles de otras experiencias lectoras (especialmente Onetti, tan vecino en estos cuentos).

En la segunda se agudiza el sentimiento de pérdida a través del viaje en la memoria de un policía fracasado. Se extiende una línea (la casa como eje) que lo vincula con diversas separaciones y con su propio desenlace.

La economía de lenguaje, el tono contenido que emplea Nogara, y sus ópticas desprovistas de ornamentos (hay rastros de Carver en su búsqueda de mesura), rinden en el siguiente relato, En esa ciudad cierran los parques, un visible homenaje a uno de sus escritores compatriotas, Felisberto Hernández. La narración, también en primera persona, incorpora distintas metáforas, desdoblamientos y una mayor polisemia con relación a los demás relatos.

La vida como enfermedad, como condena, la esperanza en la (falsa) enfermedad liberadora (el texto Las manos), dejan lugar a otra esperanza, ya definitivamente traicionera, en el siguiente La cuenta atrás, que a mi juicio es el relato que dibuja con más fuerza a sus personajes centrales: Fiona y Romero. El autor logra un vehemente realismo para transmitir una relación donde la decadencia y la muerte ahogan la débil expectativa del amor.

En los tres últimos cuentos se alternan la frivolidad irritante y sin futuro de una “trepadora” (Detrás de la máscara), las rupturas y elucubraciones de ciertos emigrantes (La hora de tirar para adelante) y el cierre, titulado Final, una historia que no deja el más mínimo resquicio para la risa.

Allí se dice: Nosotros, usted y yo, somos culpables de estar, de existir.

Para entrar en la ciudad del autor uruguayo, y en este mundo, no hay llave más rotunda que esa certeza.

Héctor Rosales